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A las duras y a las maduras

Conchy Pérez Subinas

29 de diciembre de 2021

O lo que es lo mismo, cuando las cosas vayan bien y cuando las cosas vayan mal. 

Por todos es conocido aquello de que para celebrar, compartir buenos momentos… siempre hay alguien disponible. Y también sabemos que cuando las cosas nos van mal, que es cuando más necesitamos apoyo, nuestras relaciones empiezan a desaparecer.

¿Y si ahora yo dijera que esto no es así?

 

María y Lucía son íntimas amigas desde la infancia. Han crecido juntas y han compartido muchos momentos importantes de su vida. Saben que se tienen la una a la otra para lo que necesiten.

Llegan a los 40 con buena parte de sus experiencias compartidas. Buenas y malas experiencias, pero siempre juntas.

 

Resulta que María se cambió de ciudad por amor, y tuvo que reiniciar allí su carrera profesional, sus relaciones sociales… 

Fue una etapa emocionante y dura a la vez. Para las dos. María feliz, viviendo la aventura de su vida a todos los niveles. Si algo salía mal pasaba inadvertido, ¡había tantas cosas maravillosas en las que fijarse! Y, por supuesto, compartirlas con Lucía, que no estaba allí, pero como si estuviera. Participaba en el día a día de María desde la distancia. Y, por supuesto, cada día programaban la visita que Lucía le tenía que hacer para dar buena cuenta de la maravillosa etapa que estaban viviendo, las dos. Porque la felicidad de una era la de la otra.

 

Lucía sigue su vida, emocionante sí, pero aventurera… llena de novedades… ilusionada… Pues no. Sigue, feliz por su amiga, pero sin más. En el resto de aspectos de su vida nada se ha movido. Y esto empieza a resonar en sus pensamientos. No tiene envidia de su amiga, la adora. Es solo que lo que está viviendo a través de la vida de su amiga no es su vida. Y no puede evitar poner en jaque toda su vida, actual y pasada, para dejar de ver su futuro. Sí, porque no es que lo vea negro, que no hay motivo para ello, es simplemente que es un poco desesperanzador. En el sentido más estricto de la palabra. Sin esperanza. No espera nada del futuro, de su futuro.

A veces le pasa esto, que no vive la vida. Es como si la vida pasara por ella, pero por puro automatismo. Y, bueno, tampoco pasa nada. Es así. A la gente le pasan estas cosas. Y, total, nadie se va a dar cuenta. Ella sigue igual, aparentemente igual. Todo le va bien. Incluso, su amiga María la ve como siempre. Bueno, como siempre no. La ve menos, claro, la distancia… Y también que sus gafas ahora le hacen ver todo como en un caleidoscopio, lleno de colores vibrantes. Y como una alegría compartida es doble alegría ella se esfuerza mucho por compartirla con su amiga. Seamos realistas, la vida nos lleva, el día a día nos absorbe, tenemos obligaciones, quehaceres, horarios, compromisos… Y ya se lo ha contado todo con todo lujo de detalles a Lucía, desde el primer momento. No ha recibido aún su visita pero sabe cómo es su casa, dónde está cada cosa; conoce su nuevo trabajo, incluso a sus compañeros, como si estuviera con ellos cada día; conoce su barrio, dónde compra, sus vecinos… Tanto, que ya no hace falta que le hable de ello. Ya Lucía conoce su nuevo día a día, no se va a repetir en cada conversación… Así que su conversación cada vez es menos habitual, menos frecuente, menos extensa… Y la distancia va haciendo su trabajo, distanciar. Física y emocionalmente. Se ven, sí, por videollamada. Pero no es lo mismo. María no es capaz de identificar qué emoción prevalece en los ojos de Lucía en una videollamada de vez en cuando. Y Lucía disimula muy bien…

Lucía disimula tan bien que nadie se ha ido dando cuenta de su involución en los últimos tiempos. Es normal, si sigue haciendo lo mismo… Todo está… normal. Para todo el mundo menos para Lucía. Y Lucía empieza a pasarle factura a María. Un día no le pudo coger el teléfono y cuando pudo devolverle la llamada no le apetecía. Un Whatsapp en un horario intempestivo y así se ahorra que le siga la conversación. María no ve nada raro en ello. Ella también está súper liada. 

Al poco un grupo de amigos más extenso al que ambas pertenecen proponen una cena, que hace tiempo que no se ven. Lucía no dice ni que sí ni que no. Pero lo cierto es que no va. Y alguien del grupo que sabe que es íntima de María le comenta a ésta que qué pasa con Lucía, que no se la ve, que nadie sabe nada de ella… María para en seco. Pues va a ser que sí que le pasa algo. Yo aquí en mi mundo feliz y no me he dado cuenta. Si soy su amiga, su mejor amiga, su alma gemela… No da crédito a que haya podido estar tan desconectada que no ha sido capaz de percibirlo. Claro, que Lucía tampoco ha recurrido a ella. Qué habrá pasado con su confianza para que no haya hablado abiertamente con ella.

María, un poco por preocupación y un poco por culpa, se pone las pilas para rescatar a su amiga. Funciona. Sólo tiene que estar más presente, escucharla, acompañarla, no cuestionar lo que le está pasando. De vez en cuando ya le pasaba, lo superará, aunque ahora parece que se le ha ido un poco de las manos. Seguro que su distanciamiento ha influido. No se arrepiente de la decisión que tomó en su día de irse y comenzar una vida (casi) nueva. Pero sí, no puede evitar sentirse culpable. Seguro que eso lo ha precipitado todo. Y, encima, no se ha dado cuenta y el malestar de su amiga ha seguido creciendo.

No está todo perdido. Manos a la obra. Ahora es su prioridad. Así que habrá que sacar tiempo e ideas para retomar los buenos tiempos compartidos con su amiga. La cosa mejora pero… Para María tiene un precio. Al principio no, como todo le va bien, si algo salía mal pasaba inadvertido. Pero empieza a dedicarle más tiempo libre a su amiga y su ciudad de origen que a sus nuevas relaciones, sus compañeros de trabajo, de yoga, de padel… y hasta a su pareja. María se está dando cuenta pero su preocupación y su sentimiento de culpa por la situación de su amiga justifican su comportamiento. Además, está recuperando a Lucía. Está volviendo a ser ella misma, como en sus mejores momentos. Al menos así lo percibe desde la distancia.

Ha pasado tiempo, el tiempo que Lucía necesitaba para tomar las riendas de su vida. Gracias a María, sí, pero sobre todo a ella misma. Ha hecho grandes esfuerzos para llegar a donde está. Y es que llegó el momento en que vió que tenía que hacerlos. Que nadie lo iba a hacer por ella. Que su bienestar, su éxito dependía de ella. Empezó por recuperar pequeños hábitos y fue introduciendo otros nuevos. Al punto de que no vuelve a ser la misma, sino mejor. Tanto que no mira atrás. No le gusta. No le gusta la Lucía de antes y, por supuesto, la que acaba de dejar atrás.

Como Lucía está mejor María vuelve a esa nueva vida que ha dejado un poco de lado pero está ahí esperándola. Hay alguna huella en el cemento que se encharca cuando llueve pero no pasa nada, luego se seca.

Y así ambas recuperan la cadencia del péndulo del reloj.

Y al cabo del tiempo, no mucho, la verdad es que en los últimos años todo va como muy rápido, a Lucía le sorprende un notición de su amiga María. Que se vuelve. Que se ha cansado, que aquello no es lo que ella esperaba, que necesita volver, hacer una paradita en su vida para tomar impulso y reempezar con energías renovadas. No se vuelve derrotada, no. Ella no es así, no espera a estar mal. Ella va por delante, arrolladora, lo que no le suma o le entorpece o le hace mal simplemente lo aparta de su vida. No merece la pena.

Y, sí, eso es lo que pasa con Lucía. Es arrollada. No le afecta, ella está en otra historia, ya pasó página. María ha vuelto, ha buscado a su amiga y no la ha encontrado. ¿No le suma? No merece la pena. 

Eso sí, han tenido su conversación-discusión de rigor. Pero ya está. Se acabó. Lucía le ha reprochado a María que no se diera cuenta cuando ella estuvo mal. María le ha recordado que estuvo allí en cuanto lo supo. Y le informa de todo lo que puso en jaque en su vida para estar junto a ella. Lucía le pide que tenga en consideración que ella estuvo feliz por ella y que no recurrió a ella porque no quería empañar su caleidoscopio. María le dice que ya está aquí, que dónde está la Lucía de antes. Lucía le dice que ya no está. Y es que, no sólo hay que saber ayudar. También reconocer cuando ya no hace falta ayuda. Al fin y a cabo saber estar…

 

A las duras y a las maduras.

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