A peor no puede ir… Ya no puedo más. Es que me pasa de todo. ¿Todo me tiene que pasar a mí?” Muchas cosas, sí, sí, no y no. Ésta es la respuesta rápida. Estas expresiones han pasado por nuestra cabeza, incluso por nuestra boca, al menos una vez… ¿en la vida? ¿al año? ¿al mes?¿a la semana? ¿al día?. Depende del caso. Pero que las conocemos, eso seguro. Hay ocasiones en que la situación nos supera. Sobre todo si la “situación” se prolonga en el tiempo.
Pensamos que la capacidad de sufrimiento del ser humano tiene unos límites. Sin embargo, la vida nos demuestra que de las situaciones más duras también se sale.
El espíritu de superviviencia del ser humano es un instinto innato. Y no sólo por la supervivencia, también por la búsqueda del bienestar, la satisfacción, el hedonismo y la superación.
Que las cosas puedan ir a peor o que otras personas vivan y sobrevivan a situaciones vitales peores no justifica que no podamos sentir ese malestar o que no podamos “quejarnos” por ello.
El ser humano es un ser social y como tal necesita de los demás. También en los malos momentos. Necesito de los demás para calibrar mi desgracia. Mi desgracia seguirá siendo mía, pero la viviré como salvable o no en función de los apoyos con los que cuente. Los demás me sirven para desahogarme. Tampoco esto va a resolver mi desgracia, pero ayuda a canalizar las emociones negativas. Mi red de contactos puede ser una buena fuente de información, por antecedentes que conozcan que han pasado por algo parecido y cómo lo resolvieron. Una vez que mis relaciones son conocedoras de mi situación es probable que me tengan presente y estén en disposición de mostrarse próximos y cercanos a mí. Eso será un alivio en determinados momentos del proceso. Sentir que alguien piensa en ti, que se preocupa por ti, que trata de darte apoyo y te demuestra que le importas es un factor importante para hacer frente a los malos momentos. Las otras personas piensan, incluso hablan, más en ti, de ti, de lo que piensas. No siempre que piensas en otra persona se lo dices. Pues lo mismo ocurre al revés. Si fuéramos conscientes de lo importante que es para las personas que piensen en ellas nos dedicaríamos un poco más a hacérselo saber.
Solemos acordarnos de la sensación de soledad, que no es lo mismo que estar solo, cuando nos invade. Entonces, rendimos cuentas a aquellas personas de las que esperamos su presencia, en el sentido de su apoyo. Pero pocas veces reparamos en estar presentes para esas mismas personas. No porque no nos interesen, sino porque estamos más presentes para nuestro día a día, para nuestras obligaciones, para nuestros “tengo que”, “debo de”, “se espera de mí que…”. Si supiéramos el bien que nos hace el bien de los demás invertiríamos un poquito más en ellos. De igual manera nos hace mal el mal de los demás. No de cualquiera, sí de los de nuestros círculos más cercanos. Sin embargo, el bien de los demás nos genera una satisfacción incalculable. Al revés también, nuestro bien genera una satisfacción en los demás. Deberíamos compartir más.
Y, volviendo al principio, claro que me pueden pasar más cosas. De hecho, me pasarán. Eso es vivir. Pero puedo y debo afrontar las situaciones complicadas, sólo o con ayuda. Apoyarme en mi red y tratar de compartir los momentos que unen, los que generan satisfacción son una forma de prevención, además de un beneficio en sí mismo. Y me seguirán pasando cosas, algunas no tan buenas pero otras sí. Así que me seguiré preguntando…
¿Qué más me puede pasar?