psicologa@conchyperezsubinas.es

620 600 871

Nº Colegiada BI02743

RPS 143/21

Eso es… mentira

Eso es… mentira

¿Cuántas veces has mentido ya en lo que va de día? Sí, no te preguntes si mientes; sino, cuántas veces has mentido. Y de esas veces, ¿cuántas han sido porque te ha preguntado qué tal y le has dicho “bien”?¿Cuántas han sido porque te has olvidado de algo y has respondido con una excusa para no quedar mal o porque has creído que decir la verdad puede dañar a otra persona? ¿Cuántas para obtener un beneficio que de otro modo no hubieras conseguido? ¿Cuántas veces has omitido información, relevante o no, y para qué?

 

Esta lectura no va de ética y religión. Va de cómo me siento en el proceso y con el resultado. Mientras tramo la mentira y cuando vivo sus efectos.

 

Cuando nacemos no sabemos mentir. Descubrimos que si no me ven romper el cristal puedo decir que no he sido yo y librarme del castigo. Pero tengo que perfeccionar la técnica, porque el balón en la mano me delata. Es cuestión de entrenamiento.

 

Vamos con las preguntas.

En el primer caso, es lo que podemos considerar un convencionalismo social. Coincides en el ascensor con un vecino y no te vas a poner a contarle tu vida… Además, ha dicho “qué tal” no “cómo estás”. Es distinto. Un “qué tal” es como un “hola”, que espera otro “qué tal”, no mucho más… Un “cómo estás” es otra cosa. No se le pregunta a cualquiera en cualquier situación. Suena más a: estamos sentados uno frente a otro, sin límite de hora, con ganas de escucharnos mutuamente. Hay personas de las que esperamos un “cómo estás”. De otras no. De las primeras, hasta nos duele o molesta que no nos lo pregunten en un determinado momento (como si por la “asombrosa capacidad de leer la mente” tuviera que saber que es ahora, en este momento, en el que necesito que me lo pregunte; y si no, es una falta de consideración por su parte, no me quiere como yo pensaba, está fallando como amigo… o lo que sea). En el segundo caso, cuando alguien que no debería nos pregunta “cómo estás” como que nos incomoda. Tiramos a la respuesta fácil y rápida del: “bien, y ¿tú?”. A ver si toma el testigo y me evito tener que hablar de algo que no me apetece hablar contigo, aquí y ahora. Y que, además, como me tires de la lengua voy a soltar porque estoy en ebullición y no me voy a poder controlar, y luego me arrepentiré… 

 

Por otro lado están las mentiras piadosas. Esas que no hacen mal a nadie y evito un mal mayor. Sí, me he olvidado de enviar un correo electrónico, del que tú estabas esperando una respuesta, pero que un rato antes o después tampoco te trastorna tanto… Y si digo que no lo he enviado te vas a hacer una idea equivocada de mí (que soy despistado y no se me puede encargar nada importante o que no te tomo en serio y por eso no lo he hecho…). 

 

Acabo de comprar un artículo y al desempaquetarlo “se me” rompe. No estaba roto. Es que “se me” ha roto. Pero si digo que ya venía así… igual cuela y asumen ellos mi accidente. Que sí, que he sido yo; pero, que… menuda faena. Si total, el vendedor ya asume un cierto margen de roturas. Ha sido un accidente mío, pero podía haber sido de cualquier otro en la cadena de suministro. Además, soy un cliente anónimo (no soy cliente habitual al que saludan por su nombre cada vez que voy a comprar algo)  y él un vendedor anónimo (hoy me atiende esta persona y, si con suerte vuelvo a comprar, otro día me atiende otra persona). No va a afectar a la imagen que nadie tiene de mí. Podré dormir tranquilo con mi mentira. ¿O no?.

 

Sin embargo, no me puedo olvidar del cumpleaños de un amigo. Tengo que buscar una excusa. No cualquier excusa, tiene que ser convincente. Tiene que demostrar que yo realmente quería acordarme, que lo tengo anotado en el calendario del móvil, en el de la cocina, en el de la oficina… se lo dije a mi pareja unos días antes, que no se nos olvide… Pero me olvidé. Y el error es mío. No es del calendario, ni de mi pareja… Me olvidé. Pero yo aprecio a mi amigo. Es de los que siempre celebra su cumpleaños. Vamos, que le da valor a la fecha y le gusta compartirlo con los suyos… Pero yo me olvidé. Pues toca sacar la artillería pesada. Me dí un golpe en la cabeza y he perdido el conocimiento durante 24 horas. Demasiado, no cuela. Llegué tarde a casa… Demasiado flojo, tampoco cuela. Detalle a tener en cuenta: los cumpleaños son anuales, es decir, que se cumplen cada año. Es decir, que te puede volver a ocurrir y un año pasa enseguida, se acordará de que te olvidaste… Piensa.

 

Y… sigue pensando. ¿Cuántas veces te has mentido a ti mismo? Mañana vuelvo al gimnasio, tampoco hace tanto que no te llamo, cuando estudiaba lo llevaba todo al día,…

 

Y… sigue pensando. ¿Cuántas veces has omitido información? Pero… eso no es mentir… Cuando preguntó a todos yo no dije ni que sí ni que no… Era que sí, pero yo no dije que no. Tampoco que sí…

 

El enamoramiento y los amantes (El amante perfecto es bueno como amante)

El enamoramiento y los amantes (El amante perfecto es bueno como amante)

En cuántas ocasiones se cuestiona la relación de pareja por un amante…

Empecemos por definir el enamoramiento. Es una situación espacio-temporal emocionalmente positiva. ¡Hala! Ya está dicho. A ver quién es capaz de encontrar en esa definición a Gustavo Adolfo Bécquer, ejemplo de romanticismo. Seguramente cueste ver relación entre la forma de ver el enamoramiento de ambos pero no es incompatible. La definición debe ayudarnos a entender porqué esa persona, porqué en este momento de mi vida, porqué así… Pero todos sabemos que con la razón intentamos justificar y que realmente tomamos las decisiones desde la emoción.

Y este enamoramiento vale tanto para las relaciones de pareja como para el primer amor, las relaciones fugaces, las exrelaciones…

Nos gusta gustar, nos gusta hacer sentir bien a los demás, pero “tenemos que” ser fieles a nuestra pareja, ser responsables con un proyecto de vida, formar una familia, trabajar… Y en algún punto lo que nos gusta y lo que tenemos que hacer se desconexiona. El ritmo del día a día, las obligaciones de la familia nuclear (la que hemos formado), las de la familia de origen (cada uno la suya),… Nos introduce en un sinfín (visualicemos un cilindro en espiral que hace fluir en una única dirección, casi sin esfuerzo y de manera continua infinita) hasta que nos encontramos a una persona, generalmente ajena a nuestro círculo habitual, en una situación espacio-temporal emocionalmente positiva. Es entonces cuando el “sinfín” se mella, se atasca y deja de fluir todo aquello que fluía. Todo lo que parecía que seguía un orden establecido no encaja. Y todo lo que parecía estar en su sitio de pronto parece desordenado.

Es el momento de la reflexión. Lo ideal hubiera sido que, en lugar de haber accionado el piloto automático, hubiera existido de manera permanente un proceso reflexivo. Pero esto es algo que el ser humano no está habituado a hacer. Solo reparamos en la parte visible, manifiesta; pero hay una parte latente, no visible que subyace en nuestra vida. 

No está todo perdido. Pero hay un paso previo inevitable para la reflexión. Es la crisis. Entramos en crisis cuando los pilares, normalmente más de uno, de nuestra vida se tambalean. Saldremos de la crisis, y lo haremos reforzados (en el sentido de “con más fuerza”, con una serie de herramientas para afrontar con más éxito situaciones similares) pero tendremos que pasar por ella. 

Los procesos reflexivos motivados por una crisis son duros, emocionalmente duros. Habrá momentos de estar arriba y momentos de estar abajo. Pero las ondas serán cada vez más anchas (alteraciones del estado de ánimo cada vez más espaciadas en el tiempo) y cada vez menos pronunciadas (la intensidad de las emociones, tanto positivas como negativas, cada vez será menor).

 

El enamoramiento y los amantes.