Eso es… mentira
¿Cuántas veces has mentido ya en lo que va de día? Sí, no te preguntes si mientes; sino, cuántas veces has mentido. Y de esas veces, ¿cuántas han sido porque te ha preguntado qué tal y le has dicho “bien”?¿Cuántas han sido porque te has olvidado de algo y has respondido con una excusa para no quedar mal o porque has creído que decir la verdad puede dañar a otra persona? ¿Cuántas para obtener un beneficio que de otro modo no hubieras conseguido? ¿Cuántas veces has omitido información, relevante o no, y para qué?
Esta lectura no va de ética y religión. Va de cómo me siento en el proceso y con el resultado. Mientras tramo la mentira y cuando vivo sus efectos.
Cuando nacemos no sabemos mentir. Descubrimos que si no me ven romper el cristal puedo decir que no he sido yo y librarme del castigo. Pero tengo que perfeccionar la técnica, porque el balón en la mano me delata. Es cuestión de entrenamiento.
Vamos con las preguntas.
En el primer caso, es lo que podemos considerar un convencionalismo social. Coincides en el ascensor con un vecino y no te vas a poner a contarle tu vida… Además, ha dicho “qué tal” no “cómo estás”. Es distinto. Un “qué tal” es como un “hola”, que espera otro “qué tal”, no mucho más… Un “cómo estás” es otra cosa. No se le pregunta a cualquiera en cualquier situación. Suena más a: estamos sentados uno frente a otro, sin límite de hora, con ganas de escucharnos mutuamente. Hay personas de las que esperamos un “cómo estás”. De otras no. De las primeras, hasta nos duele o molesta que no nos lo pregunten en un determinado momento (como si por la “asombrosa capacidad de leer la mente” tuviera que saber que es ahora, en este momento, en el que necesito que me lo pregunte; y si no, es una falta de consideración por su parte, no me quiere como yo pensaba, está fallando como amigo… o lo que sea). En el segundo caso, cuando alguien que no debería nos pregunta “cómo estás” como que nos incomoda. Tiramos a la respuesta fácil y rápida del: “bien, y ¿tú?”. A ver si toma el testigo y me evito tener que hablar de algo que no me apetece hablar contigo, aquí y ahora. Y que, además, como me tires de la lengua voy a soltar porque estoy en ebullición y no me voy a poder controlar, y luego me arrepentiré…
Por otro lado están las mentiras piadosas. Esas que no hacen mal a nadie y evito un mal mayor. Sí, me he olvidado de enviar un correo electrónico, del que tú estabas esperando una respuesta, pero que un rato antes o después tampoco te trastorna tanto… Y si digo que no lo he enviado te vas a hacer una idea equivocada de mí (que soy despistado y no se me puede encargar nada importante o que no te tomo en serio y por eso no lo he hecho…).
Acabo de comprar un artículo y al desempaquetarlo “se me” rompe. No estaba roto. Es que “se me” ha roto. Pero si digo que ya venía así… igual cuela y asumen ellos mi accidente. Que sí, que he sido yo; pero, que… menuda faena. Si total, el vendedor ya asume un cierto margen de roturas. Ha sido un accidente mío, pero podía haber sido de cualquier otro en la cadena de suministro. Además, soy un cliente anónimo (no soy cliente habitual al que saludan por su nombre cada vez que voy a comprar algo) y él un vendedor anónimo (hoy me atiende esta persona y, si con suerte vuelvo a comprar, otro día me atiende otra persona). No va a afectar a la imagen que nadie tiene de mí. Podré dormir tranquilo con mi mentira. ¿O no?.
Sin embargo, no me puedo olvidar del cumpleaños de un amigo. Tengo que buscar una excusa. No cualquier excusa, tiene que ser convincente. Tiene que demostrar que yo realmente quería acordarme, que lo tengo anotado en el calendario del móvil, en el de la cocina, en el de la oficina… se lo dije a mi pareja unos días antes, que no se nos olvide… Pero me olvidé. Y el error es mío. No es del calendario, ni de mi pareja… Me olvidé. Pero yo aprecio a mi amigo. Es de los que siempre celebra su cumpleaños. Vamos, que le da valor a la fecha y le gusta compartirlo con los suyos… Pero yo me olvidé. Pues toca sacar la artillería pesada. Me dí un golpe en la cabeza y he perdido el conocimiento durante 24 horas. Demasiado, no cuela. Llegué tarde a casa… Demasiado flojo, tampoco cuela. Detalle a tener en cuenta: los cumpleaños son anuales, es decir, que se cumplen cada año. Es decir, que te puede volver a ocurrir y un año pasa enseguida, se acordará de que te olvidaste… Piensa.
Y… sigue pensando. ¿Cuántas veces te has mentido a ti mismo? Mañana vuelvo al gimnasio, tampoco hace tanto que no te llamo, cuando estudiaba lo llevaba todo al día,…
Y… sigue pensando. ¿Cuántas veces has omitido información? Pero… eso no es mentir… Cuando preguntó a todos yo no dije ni que sí ni que no… Era que sí, pero yo no dije que no. Tampoco que sí…
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