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El enamoramiento y los amantes (El amante perfecto es bueno como amante)

El enamoramiento y los amantes (El amante perfecto es bueno como amante)

En cuántas ocasiones se cuestiona la relación de pareja por un amante…

Empecemos por definir el enamoramiento. Es una situación espacio-temporal emocionalmente positiva. ¡Hala! Ya está dicho. A ver quién es capaz de encontrar en esa definición a Gustavo Adolfo Bécquer, ejemplo de romanticismo. Seguramente cueste ver relación entre la forma de ver el enamoramiento de ambos pero no es incompatible. La definición debe ayudarnos a entender porqué esa persona, porqué en este momento de mi vida, porqué así… Pero todos sabemos que con la razón intentamos justificar y que realmente tomamos las decisiones desde la emoción.

Y este enamoramiento vale tanto para las relaciones de pareja como para el primer amor, las relaciones fugaces, las exrelaciones…

Nos gusta gustar, nos gusta hacer sentir bien a los demás, pero “tenemos que” ser fieles a nuestra pareja, ser responsables con un proyecto de vida, formar una familia, trabajar… Y en algún punto lo que nos gusta y lo que tenemos que hacer se desconexiona. El ritmo del día a día, las obligaciones de la familia nuclear (la que hemos formado), las de la familia de origen (cada uno la suya),… Nos introduce en un sinfín (visualicemos un cilindro en espiral que hace fluir en una única dirección, casi sin esfuerzo y de manera continua infinita) hasta que nos encontramos a una persona, generalmente ajena a nuestro círculo habitual, en una situación espacio-temporal emocionalmente positiva. Es entonces cuando el “sinfín” se mella, se atasca y deja de fluir todo aquello que fluía. Todo lo que parecía que seguía un orden establecido no encaja. Y todo lo que parecía estar en su sitio de pronto parece desordenado.

Es el momento de la reflexión. Lo ideal hubiera sido que, en lugar de haber accionado el piloto automático, hubiera existido de manera permanente un proceso reflexivo. Pero esto es algo que el ser humano no está habituado a hacer. Solo reparamos en la parte visible, manifiesta; pero hay una parte latente, no visible que subyace en nuestra vida. 

No está todo perdido. Pero hay un paso previo inevitable para la reflexión. Es la crisis. Entramos en crisis cuando los pilares, normalmente más de uno, de nuestra vida se tambalean. Saldremos de la crisis, y lo haremos reforzados (en el sentido de “con más fuerza”, con una serie de herramientas para afrontar con más éxito situaciones similares) pero tendremos que pasar por ella. 

Los procesos reflexivos motivados por una crisis son duros, emocionalmente duros. Habrá momentos de estar arriba y momentos de estar abajo. Pero las ondas serán cada vez más anchas (alteraciones del estado de ánimo cada vez más espaciadas en el tiempo) y cada vez menos pronunciadas (la intensidad de las emociones, tanto positivas como negativas, cada vez será menor).

 

El enamoramiento y los amantes.

 

Si yo fuera tú… Sería tú

Si yo fuera tú… Sería tú

Si alguien estuviera en mi lugar, ¿qué haría? Pues lo mismo que yo. Porque si es yo en mi situación haría lo mismo que yo. Suele utilizarse la expresión: “si yo estuviera en tu lugar haría…”. Pensemos sobre ello. Cuando nos dicen algo así nos sentimos cuestionados, nos hacen dudar de que yo haya actuado correctamente. Y si he actuado así, ¿es porque era la mejor opción o porque no tenía otra opción?. Suele haber otra opción. Y suele haberla porque otra persona en otras circunstancias podría elegir otra opción.

 

“Si yo estuviera en tu lugar” incluye “yo” y “en tu lugar”. Entendamos por “yo” una figura que representa lo que se hereda genéticamente más lo que se aprende o se adquiere con la experiencia. Y entendamos por “en tu lugar” las circunstancias que condicionan a ese “yo”.

 

Nadie, léase cualquiera que no soy yo, puede ser yo dado que no reúne las características genéticas que yo tengo ni las experiencias o el aprendizaje que yo he adquirido en mi vida. ¿Y las circunstancias? ¿Puede haber alguien con mis circunstancias? Probablemente tampoco. Aunque tomáramos como ejemplo una misma coyuntura temporal, social, ambiental, política… Las circunstancias no son ajenas al modo en que las vive cada persona. No son etéreas ni asépticas. No son y punto. Son según las percibimos, las valoramos y hacemos frente a ellas. Y, por tanto, pasadas por el filtro de cada “yo” sujeto a sus circunstancias.

 

Sin embargo, es común que tratemos de ponernos en el lugar del otro para ofrecerle alternativas a la forma en que ha hecho frente a sus circunstancias.

 

Lo que ocurre, casi de manera mecánica, es que desechamos las opciones que consideramos con menos probabilidades de éxito. Pero que lo hagamos sin un proceso reflexivo, deliberado y estandarizado no quiere decir que no haya más opciones. De hecho, las suele haber. Una forma de averiguarlas es hacer un proceso de toma de decisiones empezando por enumerar todas las opciones posibles, por muy desacertadas que a priori parezcan, para poder dedicarle a cada opción su análisis con sus pros y contras. Y después establecer el orden de todas las opciones, estando en primer lugar la que cumple las mejores condiciones para conseguir el objetivo. Esa primera opción es la que decidirás en primer lugar. Pero si falla (a veces son factores externos incontrolables los que bloquean el éxito de la decisión tomada; no la decisión en sí o el proceso de toma de decisiones llevado a cabo) tendrás una segunda, tercera… opciones. Porque para eso has hecho un listado de opciones posibles ordenadas por posibilidad de éxito. Si la primera opción no ha funcionado no es necesario reiniciar el proceso reflexivo. Puedes probar con la siguiente opción y así sucesivamente. No desistas a la primera y no te quedes con la sensación de no haberlo intentado.

 

Esto mismo es lo que justifica determinadas decisiones. Cuando echamos la vista atrás y concluimos que hubiéramos debido actuar de un modo diferente, probablemente, estemos obviando las circunstancias. Ésas que nos llevaron a tomar una determinada decisión. Las circunstancias no nos excusan, pero sí nos justifican.

 

Ocurre que las decisiones no las tomamos según ese listado meticulosamente ordenado porque de manera objetiva y racional sean mejores opciones. Las decisiones se toman desde la emoción. Y las emociones son difíciles de identificar y, más aún, de neutralizar. De hecho, lo sano es no hacerlo, salvo que no sean emociones ajustadas a la situación, pero esto lo dejamos para otro momento. Es el momento de decidir si seguirás diciendo:

 

Si yo fuera tú… Sería tú. 

 

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