El mundo de las emociones es tan apasionante como inaccesible, para el común de los mortales. No es una cuestión de conocimiento, es común saber enumerar una lista más que decente de emociones y su significado. Pero, ¿identificarlas?¿sabemos identificar la emoción que tenemos/sentimos en cada momento y el efecto que produce en nosotros? Y yendo a lo práctico, ¿sabemos la responsabilidad que nuestras emociones tienen en nuestra vida, nuestro comportamiento, nuestra interpretación del mundo, nuestras decisiones…?
Me voy a saltar la parte biológica de las emociones, no por carente de interés sino por densa en sí misma. La parte que me parece más interesante y asequible en general es la que tiene que ver con eso que comúnmente llamamos control o gestión de las emociones. Personalmente, soy más de lo segundo. Las emociones podemos y debemos gestionarlas, pero para eso hay que saber.
Es relativamente sencillo siguiendo unos pasos y tomándose el ejercicio con constancia. Las emociones no se estudian, se sienten y se interpretan. De hecho, las interpretamos aunque no sea de manera deliberada cuando mediatizan nuestro pensamiento o comportamiento.
Empecemos por descartar la alexitimia. Es un trastorno que imposibilita expresar y detectar las emociones. En uno mismo y en los demás. Genera malestar en uno mismo y le incapacita para establecer relaciones, precisamente, por esa falta de empatía.
Pero esto es algo menos probable. Es más común que seamos analfabetos emocionales. Veamos.
Si siento alegría y veo amanecer mi día lo veré a través de esa emoción. Pero el día que me levanto con el pie izquierdo y, casualmente, todo sale mal pienso que los astros se alinean en mi contra.
A ver si te suena… Me levanto habiendo dormido regulín, pero bueno, a veces pasa. Eso sí, me retraso unos minutos y, además, voy un poco lento, parece que me cuesta hacer hasta lo que suelo hacer automáticamente, normalmente medio dormido… Me voy a preparar el desayuno y me he quedado sin leche. ¿Quién ha acabado la leche y no ha dicho nada? Lo que me faltaba para empezar bien el día. Donde pongo leche pon lo que quieras, y tu reacción ponla más acorde a como suele ser en una situación así. Sigamos, que el día acaba de empezar.
Salgo a la calle y empieza a chispear. Vaya, no sabía que hoy iba a llover. No me da tiempo a volver a por el paraguas; ya verás la carretera, el tráfico se pone imposible en cuanto caen cuatro gotas. Ahí lo tienes, el dormido de turno que me hace la jugada en la rotonda. Sírvase el lector de listar los improperios y el volumen que la privacidad del habitáculo otorga. Mi desasosiego ha llegado a unos límites que el que me ha hecho la jugada ya está sentado en su mesa dispuesto a trabajar cuando a mí aún no me ha bajado la taquicardia.
No es sólo una cuestión de actitud.
Hoy me ha pasado esto. Pero, normalmente, me pasa esto otro.
¡Qué mal he dormido hoy! Esta noche ceno ligero y un poco antes, para llegar a la cama con la digestión hecha. ¡Pues sí que estoy torpe! ¿Dónde están mis zapatos negros? Será mejor que cambie de ropa, no voy a perder tiempo ahora. No hay leche, mira qué bien, hoy desayuno en la cafetería, excusa perfecta. Y se pone a llover, mira qué bien, esta tarde me quedo en casa, que me vendrá bien tener un rato para poner orden, leer tranquilamente y descansar un poco. Y el de la rotonda… a ver si descansa un poco también, que parece que va dormido.
Si habitualmente reacciono como la segunda opción es porque soy una persona optimista, tranquila, sé relativizar, me acomodo bien a las circunstancias, me adapto bien a los cambios…
Si habitualmente reacciono como la primera opción… tengo un problema.
Los ejemplos anteriores son simples pero gráficos. Atendiendo cada persona a sus circunstancias, a su vida, podrá comprobar que suelen entremezclarse con otras situaciones vitales a las que estamos haciendo frente.
La clave está en la emoción, su intensidad y su frecuencia. Somos humanos, no robots. Y no siempre reaccionamos bien a cualquier situación. Eso nos hace humanos.
Si mis emociones son más negativas que positivas; si la intensidad de mi reacción es desmesurada, me afecta a otras esferas de mi vida o me llega a incapacitar, y me pasa muy a menudo, efectivamente debería de ir tomando medidas.
Si tenemos la oportunidad de observar a un niño, o a varios, veremos que son mucho más expresivos que la mayoría de los adultos. Lloran cuando tienen que llorar, chillan de alegría, tienen pataletas o berrinches aparentemente sin motivo para los adultos… Sin embargo, los adultos no lo hacemos. A veces por convencionalismos, porque no está socialmente bien visto… Pero, en ocasiones, es que ni si quiera nos damos cuenta de que nuestros comportamientos responden a una emoción. Parezco irritado, pero estoy triste. Un niño dice abiertamente que está triste porque se ha enfadado con su amigo. Los adultos no, y a veces es que ni si quiera somos conscientes de que estamos tristes. Menos qué ha provocado esa tristeza, Y, peor aún, tratamos de racionalizarla. Somos analfabetos emocionales. Sin ofender, pero es una cuestión de cultura emocional.
Y sí, es una cultura que se puede adquirir. Y que, por cierto, es muy beneficiosa para el bienestar emocional.
Se trata de entrenarnos en la autoobservación. De ese modo identificamos la emoción que media en nuestros comportamientos. Con un poco más de dedicación conseguiremos ponerle nombre a esa emoción y así describirla con lo que le caracteriza. ¿Qué grado de intensidad tiene en este momento? Es decir, valorar si la emoción es más o menos intensa. Recordemos que en todo caso hablamos de emociones positivas y negativas. Y bien, ahora, esa emoción con sus características y en ese nivel de intensidad, ¿es ajustada al hecho que la produce? En ese caso, dejo fluir la emoción. Sea positiva o no, me corresponde sentir éso así por éso que estoy viviendo. ¿Es una emoción que no corresponde con lo que estoy viviendo? ¿Es demasiado intensa?¿Perdura demasiado en el tiempo? Debo tomar medidas.
Empieza por analizar si eres…
Analfabeto emocional
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