Soy la mejor hasta que… salgo por la puerta de casa
Tenemos la sana costumbre de compararnos con los demás. Sin embargo, en ocasiones salimos peor parados y esto es lo que nos incomoda. Y la consecuencia más inmediata es infravalorarnos o envidiar a los demás o, peor aún, culparles por esa característica que nos deja en peor lugar.
Compararnos con los demás es sano. Sí, y necesario. Solemos considerar normal aquello que conocemos. Es al salir de lo conocido cuando exploramos otras formas de hacer, de ser, de vivir… y es entonces cuando decidimos, más o menos deliberadamente, si modificamos lo conocido o no. Es por comparación con otros como sabemos si somos “más…” o “menos…”.
En mi casa (espacio conocido y que representa para mí la normalidad) soy la más simpática, la más amable,… también la más desordenada. Pero el día que salgo de mi casa y conozco a mis vecinos descubro que sigo siendo la más amable pero hay alguien que es tan simpática como yo; no más, solo tan simpática como yo.
Pero llega el día en que me relaciono con personas de mi barrio y encuentro personas que son más desordenadas que yo (y fíjate que en mi casa me tienen por desordenada, hasta el punto que no pensaba que hubiera nadie más desordenada que yo). Y ya no soy la más amable y simpática. ¡Hay personas más amables y simpáticas que yo!
Y así sucesivamente. Según voy ampliando mi círculo relacional y veo otras formas de ser mi autopercepción se recoloca en la escala, que antes para mí era única pero, que parece que es movible y flexible.
Así de manera natural voy perfilando mi autoimagen. Voy, además, proponiéndome retos… Porque al descubrir que alguien es “más” que yo, y sabiendo que esa característica tiene una relativa importancia en mi escala de valores, me propongo mejorar. No a modo de competición, no para recuperar mi puesto de la que “más”. Sino porque he aprendido que puedo ser mejor.
Llega un momento en que mi ámbito relacional es tan amplio y diverso que acumulo muchas comparaciones: en el ser, en el hacer, en el pensar, en el parecer, en la estética, en las pertenencias… Conozco a alguien que es mejor deportista que yo, conozco a alguien que tiene mejor coche que yo, conozco a alguien que tiene mejor cuerpo que yo, conozco a alguien que tiene un carisma que atrae las relaciones sociales mejor que yo… Si no soy capaz de canalizar todas estas experiencias como he hecho de manera natural, llegaré a pensar que todo el mundo es mejor que yo, sabe más que yo, tiene más que yo… Y yo me iré sintiendo cada vez más pequeña y buscaré un cierto aislamiento para no exponer de manera manifiesta todo aquello en lo que soy menos, tengo menos, sé menos…
Otra posible reacción es sobreexponerme. Es decir, trato de evidenciar de manera magnífica (engrandecida) lo que sé, lo que tengo, lo que soy… Cosa que consigue el efecto contrario, hará que esas relaciones que ansío me sientan como amenazante o simplemente incomode con mi presencia.
Estupendo. Sigue comparándote. Es decir, el error no está en compararse (ya he explicado las bondades de hacerlo). Pero cuando tengas esa percepción sesgada coge caso por caso. Por ejemplo, el que es mejor deportista que yo. Sí es, indudablemente, mejor deportista y, cuanto más lo observo, más compruebo que es mejor deportista que yo y que mucha gente. Es brillante. Sin embargo, es bastante más desordenado que yo. Y sociable… pues muy sociable no es. Y yo no podría vivir sin relacionarme como lo hago. Así que… igual sí, seguro que sí, es mejor deportista que yo pero eso y solo eso es lo que “envidio” de esa persona. Visto en global tampoco es, tiene, hace todo mejor que yo.
Un sesgo habitual en las comparaciones es que lo hacemos con una parte y no con el todo. Y, sin embargo, la conclusión es generalizada: “es más feliz que yo”, “le va mejor que a mí”, “tiene más y mejores amigos que yo”…
Siendo objetivos, cualidad que suele estar ausente cuando nos ponemos a comparar-nos, sería más fácil detectar en qué aspecto nos estamos comparando y el grado real de diferencia.
Es muy interesante, sobre todo necesario, compararnos. Si quedamos en buen lugar nos reafirma; en caso contrario, podemos reconocernos en otras virtudes o podemos invertir en mejorar.
Todos somos, hacemos, tenemos… según con quién, con qué nos comparemos.
Soy la mejor hasta que… salgo por la puerta de casa
Comentarios recientes