Las etapas de la vida
Es una idea compartida que a cada edad le corresponden sucesos vitales. A la infancia el juego, a la adolescencia la incertidumbre, a la juventud las experiencias vitales y la edad adulta las responsabilidades y a la madurez el reposo.
Y si lo tenemos tan claro, ¿por qué nos cuesta tanto abordar cada etapa de nuestra vida como nos corresponde?
Los niños quieren ser mayores, porque interpretan los mensajes que reciben como que ser mayor tiene beneficios por encima de ser pequeño. Y los adultos quieren ser pequeños porque tienen el recuerdo de levedad frente a las dificultades de la edad adulta. Y en el tramo final de la vida sobrevuela la idea de querer transmitir que lo habrían hecho de otra manera.
Entonces, ¿deberíamos asumir lo que nos corresponde por edad y no movernos de la idea preconcebida? ¿Es esa la clave para mantener la estabilidad emocional? Sabemos de casos que habiendo hecho lo que corresponde a su etapa vital han disfrutado de cada momento y han ido quemando etapas con relativa estabilidad emocional. Pero también conocemos casos en los que no. Sabemos de casos que han sido unos adelantados a sus tiempos, o los hay que quedaron anclados en etapas anteriores… Y unos y otros parecieron disfrutar de su vida…
Depende de los objetivos que tengas en la vida. Sí, aunque por momentos no te lo parezca, siempre tienes objetivos. Los objetivos no dejan de ser aquello a lo que te diriges, a futuro, a través de tu comportamiento, en presente. Aunque no lo hagas de manera deliberada, hay un punto, o varios, al que llegas como consecuencia de tus actos. Esto atribuye a tus decisiones toda responsabilidad. Si esto suena negativo, transformemos responsabilidad en poder, capacidad. En el sentido de que puedes, eres capaz de hacer con tu vida lo que quieras. Si no te gusta esa vida tradicional, de formarte para desarrollar una carrera profesional, formar una familia y hacer lo que se espera de ti, siempre tienes la opción de mudarte al otro extremo del mundo donde lo que se espera de ti es lo que tú quieras. Y sin necesidad de hacer esto de manera literal, puedes hacer el ejercicio de ponerte en situación sin hacerlo realidad. Es posible que así visualices que hay otras formas de vivir. Y que, en realidad, está en tu mano. Que nadie se decepciona porque no seas lo que se espera de ti (es muy habitual atribuir a los demás lo que se espera de tí, cuando en realidad responde a tus propios esquemas mentales, prejuicios, ideas preestablecidas…). Es más, los que te quieren (esos de los círculos de intimidad que hemos mencionado en otras ocasiones) te quieren y querrán en la medida en que goces de bienestar emocional. Y los demás, están más por valorar tu autenticidad.
La gracia de la vida está en vivirla apasionadamente. Si las experiencias son gratificantes o no lo son tanto es lo de menos. Claro que mejor que las experiencias sean positivas, pero vivir conlleva que también haya malos momentos. Y eso también es vivir. Los “mayores”, expertos en la vida, aunque sólo sea por antigüedad, querrían estar en nuestro lugar, nos dicen cómo eran las cosas en su época pero con nuestra edad, aventuran con mucho acierto lo que nos va a pasar… Pero ¿eso es lo que necesitamos?¿Eso es lo que queremos? ¿Para qué sirve que nos adelanten el futuro? ¿Por qué tienen la necesidad de decirnos el camino correcto?
Hay una etapa en la vida en la que todo son sueños. Todo es posible. No alcanzamos a ver el momento de éxito, pero sí nos vemos capaces de todo. Tampoco hasta el momento hemos sacrificado mucho, así que no hemos perdido tanto. Es muy probable que sea en la segunda etapa en la que empezamos a ver y vivir ciertas dificultades. Pueden ser de índole laboral, económico, familiar, social, personal… Y en la tercera etapa es en la que echamos la vista atrás y cambia nuestro enfoque. Aquellas dificultades, que lo eran, podíamos haberlas vivido de otra manera. Total, si vamos a llegar al mismo sitio. Tampoco aquello que me preocupaba era realmente la esencia de mí, de mi vida.
Nuestros padres son nuestros referentes. Cuando estamos en esa primera etapa cierta responsabilidad de cómo yo afronto esos años es suya. Ellos ejercen de paraguas protector. Ocurre que cuando paso a la segunda etapa, en un momento u otro, alcanzo la edad que mis padres tenían cuando yo nací. Yo ya sé que mis padres también fueron niños, pero hasta ese momento mi vida comenzó cuando nací. Y después me doy cuenta que mi vida ya era antes de mí a través de mis padres. O lo que es lo mismo, en mí hay parte del legado que mis padres me transmiten, incluso de aquella etapa de su vida en la que yo no existía.
Mis padres dejan de ser el paraguas protector. Con mayor o menor éxito encajaré que la relación con mis padres cambia. Y seguirá cambiando. Es un proceso natural que yo pase a ser el paraguas protector de mis padres. No en el mismo sentido en que ellos lo fueron para mí. Pero sí en cierto sentido.
Por tanto, mi vida se compone de etapas y la vida es un continuo. Entender la vida así nos hace vivir nuestra vida y percibir la de los demás de otro modo.
La vida en etapas
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